10 de julio de 2010

RECUERDOS TAURINOS DE MI NIÑEZ

No recuerdo la primera vez que me puse un traje de luces aunque, por lo que dicen, tenía apenas un par de años. Por las fotos, recuerdo el color -azul royal- y que me estaba enorme. Todo me estaba enorme. Incluso, según mis padres, tuvieron que rellenarme la montera un poco para que no se me cayera. Poco a poco, fuí rellenando mi traje a medida que crecía. En mi casa es una tradición que los varones, desde pequeños, vistamos de luces. Para algunas personas puede ser algo llamativo; para nosotros, algo natural. Por eso ni mi hermana ni nadie de mi familia se extrañó cuando le regalé a mi sobrino su primer traje, un azul aguamarina. Es algo natural.
Recuerdo siendo muy niño, que mi padre nos llevaba a la Huerta de Domingo (un familiar suyo que poseía un terreno con vacas y otros animales), en Écija. Allí debí de tener mi primer contacto con el ganado bovino en primera persona (aunque desde pequeño mis padres me han llevado a ver corridas de toros, debió de ser ahí mi primera experiencia). Estar junto al ganado para mí siempre fue algo natural, lo cual aumentara mi inconsciencia en lo que al ganado bravo se refiere.
No puedo concretar la fecha -tal vez tendría unos 10 años más o menos-, mi familia decidió celebrar un día de campo en la sierra, cuando algunos de mis primos y yo decidimos realizar una exploración campestre; llegamos hasta un vallao donde pastaba ganado bravo. Tal vez, esa familiaridad con el ganado provocaría que un niño de corta edad como yo -carente del sentido de peligro ni de la vergüenza- me escurriera entre las tablas hasta acercarme a los toros. No puedo recordar la fecha, pero sí la sensación mística que me hacía aproximarme hasta sentir la respiración del toro, mientras su sombra protegía mi pequeño cuerpo del sol de la mañana. Gracias a Dios que no había nadie de la ganadería cerca, porque me hubiera caido una buena de mis padres si se hubiesen enterado. Mis primos, mayores que yo, no se podían creer lo que había hecho; mi familia, sí. Algo natural. Gracias a Dios que ellos guardaron silencio hasta que, con el tiempo, se desveló dicha anécdota.
A pesar de lo que se dice que el entorno hace mucho, puedo asegurar que cuando me ponía delante del televisor con una servilleta roja de pequeño mientras se retransmitía una corrida de toros no era nada premeditado. Salía. Algo natural.
Recuerdo también haber salido a la calle a "jugar al toro". Torear en la calle de niño es algo que no se olvida. Ni lo olvidas tú ni lo olvidan los que te miraban por la ventana o por el balcón. También he jugado al fútbol en la calle, pero no es la misma sensación. Debimos de ser los últimos niños que toreamos en nuestra calle porque no recuerdo que otros lo hicieran después y, eso, es algo que no se olvida. Curiosamente, nunca hacía de toro y a mis amigos no les importaba (ni me lo proponían ni yo decía de ponerme a hacer de toro). Estos son algunos recuerdos taurinos de mi niñez.



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