10 de octubre de 2010

EN LA PLAZA: EL EXAMEN FINAL DEL TORO.

Mucho se podría hablar del papel del toro en un festejo taurino, debido a que cada persona puede dar su visión personal. Podría dar una visión romántica y apasionada sobre dicho papel; sin embargo, quiero exponer un punto de vista objetivo que raras veces sale a la luz y que, a pesar de esto, sirve para comprender distintos aspectos de la lidia del toro y, en definitiva, sirve para comprender gran parte de La Tauromaquia.
El toro, desde tiempo inmemorial y como muchos otros animales, ha sido mitificado atribuyéndosele grandes dones como salud, vigor, sexualidad, etc. El ser humano ha creido, a lo largo de la Historia, que el hecho de alimentarse físicamente de ellos conllevaba una alimentación espiritual, es decir, que si un hombre comía la carne de uno de estos animales podía llegar a adquirir su fuerza, por ejemplo.
La carne de toro siempre ha sido muy apreciada, inicialmente por su carácter "mágico-gastronómico" y en la actualidad por ser una de las carnes más naturales y sanas del mundo, debido a la crianza que tiene el toro bravo en la dehesa (alejado de componentes químicos que influyen en la alimentación de otros ganados bovinos). El toro no es engordado artificialmente sino que tiene una dieta muy rica y sana que, unida al hábitat donde éste vive y a los cuidados que recibe, lo convierten en un ser de una salud envidiable y que hacen que su carne sea de una excelente calidad.
El ganadero procura el máximo cuidado del toro bravo aunque respetando siempre la independencia de éste. Desde que nace, al toro se le respeta y se le mantiene en un estado de semilibertad en el que el contacto con el hombre es el mínimo necesario para la supervivencia de la especie. El ganadero procura la calidad del toro bravo, dotándole de los máximos cuidados y bienestar, no sólo por la admiración y cariño que siente hacia el animal sino, también, sabedor de que es responsable del buen nombre y prestigio de su ganadería; de ahí que busque siempre mejorar la especie del toro bravo y, en consecuencia, que la carne del animal que llegue al ser humano sea de la mejor calidad posible.
Esta búsqueda de la calidad no es tan fácil como puede parecer pues, aparte de un gran conocimiento bovino por parte del ganadero, es fruto de muchos siglos de estudios y perfeccionamiento. A esta búsqueda de la máxima calidad contribuyen las corridas de toros, donde el máximo premio que se puede otorgar es el reconocimiento de la calidad del toro que se lidia en la plaza y al que se le concede el indulto (al toro se le curan las heridas y vuelve al campo, donde servirá de semental para preservar la calidad del ganado bravo). Es el sueño del ganadero así como el del torero (al igual que el público, que es consciente de formar parte de esa preservación de calidad).
En la plaza, se realiza la prueba definitiva sobre la calidad del toro y se mide la bravura de éste a través de la capa y muleta del torero, así como de su embestida ante las banderillas y el picador. Ahí se ve que el toro no es un animal manso y flojo y que su carne es músculo y no grasa, garantizando que el ser humano puede alimentarse con un producto de primerísima calidad.
¿Quiere esto decir que la carne del toro no indultado no es buena? ni mucho menos (debido a los cuidados y hábitat reseñados anteriormente, la carne de toro bravo es muy buena), sólo que si se matara al ejemplar excelente, la calidad del ganado bravo desaparecería. El ataque tanto a las corridas de toros como a las banderillas y suerte de varas es un ataque a la excelencia de la carne del toro bravo y, su defensa, es también una defensa a un animal tan bello, admirado, venerado y respetado durante siglos por el hombre como es el toro.

2 de octubre de 2010

ESTO NO ES UN CIRCO ROMANO. EL PÚBLICO

"La muchedumbre entusiasmada jaleaba al gladiador victorioso mientras su oponente se encontraba en el suelo pidiendo clemencia, pero el pueblo pide acabar con la vida del gladiador que perdió el combate, con gritos de mátalo y girando el pulgar hacia abajo... el emperador escucha el ansia de sangre y ordena que el ganador mate al rival... el pueblo congregado en el coso estalla en júbilo ante la muerte del perdedor... el emperador y el victorioso gladiador son jaleados por el público mientras sonríen complacientes". Esta cita recoge lo que bien podría ser una jornada del circo/anfiteatro romano, por supuesto que aderezada con bastante subjetividad (bien porque los relatos de la época son escasos y, a veces, inexactos o bien por la idea preconcebida que cada uno tiene del circo/anfiteatro de gladiadores y cuádrigas de la antigua Roma).

Ese prejuicio no sólo se da para con el circo/anfiteatro romano sino también para catalogar al aficionado taurino que asiste a una plaza de toros. Eliminar dicho prejuicio contra el circo/anfiteatro romano puede ser más difícil que eliminar el dictado contra el mundo taurino, puesto que supervivientes de la época romana clásica no existen mientras que los festejos taurinos son actividades latentes en la actualidad y cualquiera puede preguntar a un aficionado taurino "qué siente con La Tauromaquia". Y aquí está el problema: se elaboran prejuicios sin querer escuchar a la parte acusada.

El prejuicio contra el aficionado taurino al que, muchas veces y contrariamente a la realidad, se le presenta como un ser sádico y violento. Se le asocia al aficionado circense romano sin pensar que hay unas grandes diferencias entre las corridas de toros y los espectáculos con animales que se daban en el anfiteatro, al igual que existen diferencias entre el significado de la palabra circo para un romano de la época de Julio César que para cualquier persona en la actualidad.

El aficionado taurino actual, al contrario de lo que algunos desinformados piensan, no se regodea de la sangre vertida en la arena ni anima para que se castigue al toro. El aficionado taurino sabe que la muerte puede estar ahí en cualquier momento, pero no es ese el fin que persigue, porque esa no es la finalidad de las corridas de toros. Pensar en un público taurino que pide sangre chocaría con la actitud del público cuando un toro ha cumplido favorablemente con la última fase del proceso de selección de casta y bravura que se pretende preservar en la especie taurina y, gracias a sus actitudes, es indultado. El público, al igual que el torero y el ganadero, se congratulan de haber presenciado el feliz desenlace que concluirá con el toro trasladado de nuevo a la dehesa, donde se convertirá un semental de la ganadería y morirá de viejo.

Un público sediento de sangre clamaría de indignación cada vez que se produce un indulto. También, un público violento, realizaría actos violentos a la salida de las plazas de toros, como suceden en otros espectáculos masivos, caso del fútbol (donde raro es el día que no hay una noticia de un grupo de aficionados a este deporte que queman mobiliario público, se pelean o se enfrentan a la policía). Llama la atención de que el aficionado taurino no realice, ni por asomo, ninguno de estos actos. ¿No será que, al contrario de lo que intencionadamente ciertas personas quieren hacer creer a la sociedad, el aficionado taurino no es nada violento ni un sádico sanguinario?. Aún así, hay quien piensa que sí lo es, manteniendo una actitud cerrada de miras y, en algunos casos, de una violencia verbal o física alarmantes; son aquellos que, erroneamente, ven en la afición taurina que asiste a la plaza de toros al populacho que gira el pulgar hacia abajo, clamando sangre y muerte.

18 de julio de 2010

LOS TOROS PARA EL PÚBLICO VALIENTE

Mucho se ha dicho que el toreo es de valientes, pero esta valentía no es sólo requisito para quien se juega la vida en el ruedo, sino también para el público que se juega el dinero ante la incertidumbre de si lo que verá esa tarde colmará sus expectativas o no; porque ahí radica la magia del toreo: en la incertidumbre de lo que va a pasar, de si esa será una tarde de gloria o de tragedia.
Lamentablemente, en esta sociedad actual donde se persigue la estabilidad y la seguridad se intenta acabar con ese componente mágico de la Tauromaquia. El público decide ir a lo seguro y acudir a las corridas con diestros de renombre, pasando de los toreros que no tienen tanto nombre o de aquellos jóvenes que están empezando. ¿Es esa la afición taurina? choca ver la Maestranza en una corrida de Feria y en una novillada de promoción, por ejemplo.
Y dejo una pregunta en el aire: ¿qué hubiera sido de Manolete, Curro Romero o Rafael de Paula, por ejemplo, si nadie hubiera acudido a verlos en sus inicios? cuántas páginas del toreo se habrían borrado sin el apoyo del público taurino en los comienzos de las que después serían grandes figuras del toreo. La seguridad acaba con el progreso y no es de valientes, como el Toreo.


11 de julio de 2010

DEL NACIMIENTO DEL TORO DE LIDIA

Antes del s. XVIII, el toro se criaba salvaje en los bosques, con absoluta libertad, y el ganadero se limitaba al transporte del animal a la población y poco más. Y esto ocurrió así hasta que los sevillanos José Vicente Vázquez y el Conde de Vistahermosa, que fueron los primeros criadores de toros de lidia, comienzan a aplicar criterios de selección.
Debido a los pastos y al clima, se ha de suponer, el toro andaluz era más fino en su constitución zootécnica.
El utrerano señor Vázquez tuvo la idea de que los caracteres de bravura y tipo podían ser hereditarios, y se le ocurrió someter a determinadas pruebas a las vacas de vientre con la intención de matar las que no cumplieran unas normas de bravura y dejar para criar las que sí las cumplieran. Así nació el tentadero.
En principio, se le ocurrió probar el comportamiento de los becerros en el campo, ante un picador, para ver cuáles reunían unas condiciones mínimas de acometividad y cuáles no; de esa manera evitaba mandar, a la plaza, toros absolutamente mansos. Este señor fue el auténtico pionero de la ganadería brava actual, quien intuyó que el toro se podía amoldar para la lidia.


LOS ORÍGENES DE LA TAUROMAQUIA, Parte Tercera: distintos tipos de toros y toreo landés

En la Edad Media se tenía idea de la existencia de determinadas razas con características concretas debidas, seguramente, al entorno de crianza. Así existían los toros navarros, los de Castilla y los de Andalucía.
La nobleza era la encargada de proveer de toros los festejos que se organizaban, sin ningún criterio y sin ningún compromiso en cuanto al comportamiento de los animales.
Los toreros preferían los toros andaluces a los toros navarros por encontrarlos más aptos para la lidia tal y como se concebía entonces. Hay razones para entender estas preferencias: en Andalucía existían grandes extensiones de terreno donde pastaban los toros y los vaqueros que de alguna manera los cuidaban y los conducían a la plaza no entraban jamás en contacto directo con ellos, utilizando siempre el caballo.
En cambio, los vaqueros navarros y de la zona del norte de la Península, debido a la configuración del terreno donde se encontraban estos toros, no podían utilizar el caballo, sino que tenían que hacerlo a pie, por lo que repetidamente tendrían que burlar la acometida de los toros con recortes y quiebros. El toro con estos recortes aprendía, por lo que los lidiadores encontraban en ellos unas dificultades que no tenían los toros andaluces.
En la zona francesa de la Gascuña -también llamada Aquitania-, de herencia vasca (Gascoinia-Wasconia-Vasconia), estos recursos se popularizaron y se convirtieron en el divertimento tradicional de los gascones.
En la actualidad, en el mes de octubre, se celebra el Campeonato de Francia de recortadores y Saltadores, conocido también como Carrera de Las Landas.

10 de julio de 2010

RECUERDOS TAURINOS DE MI NIÑEZ

No recuerdo la primera vez que me puse un traje de luces aunque, por lo que dicen, tenía apenas un par de años. Por las fotos, recuerdo el color -azul royal- y que me estaba enorme. Todo me estaba enorme. Incluso, según mis padres, tuvieron que rellenarme la montera un poco para que no se me cayera. Poco a poco, fuí rellenando mi traje a medida que crecía. En mi casa es una tradición que los varones, desde pequeños, vistamos de luces. Para algunas personas puede ser algo llamativo; para nosotros, algo natural. Por eso ni mi hermana ni nadie de mi familia se extrañó cuando le regalé a mi sobrino su primer traje, un azul aguamarina. Es algo natural.
Recuerdo siendo muy niño, que mi padre nos llevaba a la Huerta de Domingo (un familiar suyo que poseía un terreno con vacas y otros animales), en Écija. Allí debí de tener mi primer contacto con el ganado bovino en primera persona (aunque desde pequeño mis padres me han llevado a ver corridas de toros, debió de ser ahí mi primera experiencia). Estar junto al ganado para mí siempre fue algo natural, lo cual aumentara mi inconsciencia en lo que al ganado bravo se refiere.
No puedo concretar la fecha -tal vez tendría unos 10 años más o menos-, mi familia decidió celebrar un día de campo en la sierra, cuando algunos de mis primos y yo decidimos realizar una exploración campestre; llegamos hasta un vallao donde pastaba ganado bravo. Tal vez, esa familiaridad con el ganado provocaría que un niño de corta edad como yo -carente del sentido de peligro ni de la vergüenza- me escurriera entre las tablas hasta acercarme a los toros. No puedo recordar la fecha, pero sí la sensación mística que me hacía aproximarme hasta sentir la respiración del toro, mientras su sombra protegía mi pequeño cuerpo del sol de la mañana. Gracias a Dios que no había nadie de la ganadería cerca, porque me hubiera caido una buena de mis padres si se hubiesen enterado. Mis primos, mayores que yo, no se podían creer lo que había hecho; mi familia, sí. Algo natural. Gracias a Dios que ellos guardaron silencio hasta que, con el tiempo, se desveló dicha anécdota.
A pesar de lo que se dice que el entorno hace mucho, puedo asegurar que cuando me ponía delante del televisor con una servilleta roja de pequeño mientras se retransmitía una corrida de toros no era nada premeditado. Salía. Algo natural.
Recuerdo también haber salido a la calle a "jugar al toro". Torear en la calle de niño es algo que no se olvida. Ni lo olvidas tú ni lo olvidan los que te miraban por la ventana o por el balcón. También he jugado al fútbol en la calle, pero no es la misma sensación. Debimos de ser los últimos niños que toreamos en nuestra calle porque no recuerdo que otros lo hicieran después y, eso, es algo que no se olvida. Curiosamente, nunca hacía de toro y a mis amigos no les importaba (ni me lo proponían ni yo decía de ponerme a hacer de toro). Estos son algunos recuerdos taurinos de mi niñez.



¿EL TORERO? NACE... Y EL TOREO, SE HACE

Mucha gente se habrá hecho la pregunta de si el torero nace o se hace. Cada uno puede hablar de su experiencia personal y dar su opinión sobre el tema y, supongo, que habrá teorías muy interesantes al respecto.
No me considero en posesión de la verdad absoluta pero, como he dicho antes, hablo desde mi experiencia personal. Pienso que el torero nace torero, la alternativa sólo viene a constatar públicamente lo que eres pero no es el nacimiento torero, ya que éste viene se encuentra ligado al nacimiento de la persona pues el torero, ante todo, es ser humano. Tampoco considero que el "bautismo de sangre" sea el nacimiento a la torería, sino una circunstancia más de lo que haces.
De todos es sabido que el torero lo es tanto dentro como fuera de la plaza, las 24 horas del día, los 365 días del daño, puesto que no es un traje que te quitas y te pones. El traje te hace sentirte especial de cara al exterior, pero ya lo eres interiormente.
Torear es algo que tienes dentro de ti, un lenguaje vivo. Los profesores te enseñan las "palabras" para que te expreses pero es un lenguaje tuyo. Al igual que otras ramas del arte, el artista pretende difundir ese lenguaje vivo personal, darlo al mundo como el pintor da su lenguaje en un cuadro, el poeta en una poesía, el escultor en una escultura. Sin embargo, ese arte es efímero pero a la vez eterno.
Efímero porque no es algo que puedas tener presente cuando quieras (como puedes hacer al visitar a un cuadro o una escultura en un museo) sino que nace y muere en la tarde de toros. Los videos y películas podrán reflejar lo que una vez fue, pero no es comparable al sentimiento en vivo. Ahí está la eternidad del arte taurino, eternidad que nace de la resurrección en la memoria de aquella tarde de toros, de aquel pase, de aquel momento, de aquel sentimiento.
Al igual que he dicho que el torero nace, digo que el toreo se hace. Las circunstancias vitales que rodean al desarrollo del artista provocan que la manifestación del arte taurino sea única e individual como puede ser el cante: puede haber dos cantaores parecidos pero, jamás habrá dos cantaores idénticos porque el cante, como el toreo, es un arte efímero pero eterno, fresco pero caduco, individual pero a la vez universal. Estas son algunas de las grandezas del toreo.